LA LIBRERÍA DE LOS ENCUENTROS

«En el primer relato que me aventuro a escribir, quiero rendir mi pequeño homenaje a las librerías y a los emprendedores»

El autor.

LA LIBRERÍA DE LOS ENCUENTROS

 

MARTA

La pausa para el café de media mañana en la intimidad de su despacho, era para Marta una de las paradas favoritas en su ajetreada agenda. Salvo una reunión del comité de dirección o una cita profesional inaplazable, le gustaba dedicar ese momento de calma a dar una vuelta a los asuntos que le rondaban la cabeza, tanto en lo personal como en cuestiones de trabajo. Esa mañana se había levantado con la sensación de haber descansado bien y con la euforia de los días que se presienten especiales. Madre de tres hijos, economista y divorciada desde hace diez años, era la directora financiera de una empresa del sector tecnológico. Se encontraba a sus cincuenta y dos años recién cumplidos en una fase sosegada de su vida. Estaba bien considerada en su profesión y cuando pensaba en sus dos hijos mayores ya independientes, o en su hija pequeña aún estudiante, tenía el convencimiento íntimo de que eran personas  con la cabeza bien amueblada.

EL GRUPO

Al final de la tarde de ese abril lluvioso tenía previsto asistir a la tercera reunión de un grupo que había formado junto a otras cuatro personas, dos mujeres y dos hombres. Podría decirse de ellos que eran una especie de club que se había propuesto como objetivo ayudar, o dar consejo y opinión desinteresada a personas que iniciaban un nuevo proyecto profesional o empresarial. No estaba muy segura al principio de que las metas que decían perseguir llegasen a buen puerto con situaciones prácticas de la vida diaria. Aunque debía reconocer que con el paso del tiempo, le hacía ilusión el proyecto que había puesto en marcha junto a Sergio, 58 años, un filósofo dedicado a la docencia, viudo y con un hijo; Carlos, 67 años, jubilado de la Administración pública, soltero y precursor original de esta empresa que se traían entre manos; Beatriz, 38 años, dueña de una librería, casada y madre de dos hijos; y la más joven de todos ellos, Sara, 29 años, soltera, matemática e informática de profesión.

La idea había surgido de Carlos, cliente asiduo de la  librería que regentaba Beatriz en uno de los barrios de la parte alta de la ciudad. Llevaba dándole vueltas algún tiempo, pensaba que en esta sociedad tan dependiente de la tecnología y de las prisas, la gente echa de menos que se la escuche de una forma pausada y reflexiva. Por su profesión, había observado a lo largo de los años las reacciones de hombres y mujeres cuando se encuentran ante circunstancias adversas o complejas. Estaba convencido de que una de las cosas que los humanos más anhelamos es atención, que alguien nos escuche, tanto en los momentos de zozobra como cuando estamos ilusionados. En sus charlas con Beatriz en la librería, había logrado persuadirla para formar un grupo de apoyo a personas que se encuentran en esa fase inicial de sus nuevos proyectos; en esos días donde la soledad y la sensación de vértigo pueden causar desánimo o desesperanza. Durante un par de meses, posaron y maduraron sus puntos de vista, hicieron gestiones para convencer a otros amigos o conocidos, se pusieron manos a la obra y finalmente crearon el grupo de apoyo. Cinco hombres y mujeres de diferentes edades y perfiles, con ganas de ayudar a las personas que se embarcaban en nuevos retos.

MARTA Y SERGIO

Si su secretaria hubiese entrado en ese momento, es posible que se hubiese sorprendido al observar la sonrisa contenida de Marta. La directora financiera estaba ensimismada mientras saboreaba con calma su café del mediodía. En esos momentos sus pensamientos estaban en la reunión que iba a tener esa noche en la librería de su amiga Beatriz. Aunque para ser más exactos, su cabeza iba y venía al día en el que se celebró la segunda cita del grupo. Ese día había aceptado la invitación de Sergio para tomar algo rápido cuando este se lo propuso de camino a la parada del autobús. Lo que en principio no iban a ser más de veinte minutos, el tiempo para un café y cambiar impresiones, terminó siendo una animada conversación de hora y media de duración. De esas que aún siendo primerizas acaban asomando confidencias. Comenzaron hablando de sus respectivos trabajos, de la librería de Beatriz, de que Carlos le había parecía a Marta una persona inquieta e inteligente, lo cual Sergio no tenía ninguna duda en corroborar acerca de su buen amigo, el funcionario jubilado. A Marta le habían parecido interesantes las anécdotas y el enfoque que decía Sergio dar a sus clases. Según le comentó, lo más importante en su trabajo de profesor era conseguir transmitir a sus alumnos que la filosofía trata en esencia de los planteamientos con los que afrontamos la vida en su conjunto: los tiempos complejos, los retos, las emociones, la tristeza o la alegría que nos persiguen en el día a día. Tuvo la impresión de que habían conectado desde el primer momento, como dirían sus hijos utilizando un lenguaje más moderno. Hablaron de sus gustos y preferencias, de lo divino y de lo humano. Descubrieron que a los dos les encantaba pasar el tiempo curioseando en librerías y bibliotecas, pasear al atardecer, visitar y descubrir los rincones de cualquier ciudad, o las sobremesas que se acaban alargando con una buena conversación. Si Sofía, una de las mejores amigas de Marta les hubiese oído hablar de pintura y de la predilección de ambos por Sorolla y la luz del Mediterráneo, conociéndola, habría gritado sin duda que aquello era una señal de los dioses.

A Marta le había gustado Sergio. Le dio la sensación de encontrarse ante un hombre prudente, leído y viajado, con ese toque de amabilidad no impostada y sin demasiado ego. Le llamaron la atención sus manos alargadas y esa mirada profunda sin efecto taladro, en la que intuía una vida curtida en mil batallas. Ya había pasado casi un mes y no podía negar que le atraía la idea de volver a encontrarse con él en la reunión del grupo.

EMPEZANDO A RODAR

Beatriz sonrió complacida al ver llegar a Carlos a la librería una hora antes de la cita. Conocedora de su rigor y desempeño al acometer cualquier tarea, estaba convencida de que habría preparado todos los detalles del encuentro a conciencia. Hoy era el día en el que empezaba a rodar el proyecto de una manera práctica. El matrimonio formado por Santiago y Clara les visitaba, para explicarles tanto su idea como  el plan de negocio que tenían in mente.

Ambos se encontraban sin empleo desde hacía ya dos años. Él trabajó durante más de siete años en una empresa de mantenimiento de oficinas, que después de atravesar una época difícil, acabó por echar el cierre. Clara ha trabajado tres años de gestora de ventas en unos grandes almacenes y tiene conocimientos financieros y contables. Los dos están muy ilusionados con el proyecto que van a desarrollar. Se trata de una empresa multiservicios en el ámbito de la provincia. Han realizado un estudio de mercado y echan en falta una oferta integrada de servicios de fontanería, electricidad, obra menor y mantenimiento en general. Piensan que el perfil profesional técnico que tiene Santiago, así como el comercial y los conocimientos de administración de Clara, son un potencial con valor añadido. Les ha parecido una magnífica idea la propuesta de su amigo Carlos de exponer su plan de negocio a un grupo de personas. Saben que entre las cinco personas que les van a escuchar está Marta, experta en finanzas o Sara que controla de informática. Creen que puede ser interesante y siempre es de agradecer que se ofrezcan a escucharte.

A medida que se acercaba la hora prevista de la reunión fueron llegando los restantes componentes del grupo: Marta, Sergio y Sara, la más joven de todos ellos. Beatriz, buena anfitriona, intercambió saludos e impresiones con todos. Le agradaba especialmente volver a encontrarse con su amiga Marta, siempre había admirado su coraje y determinación en la vida. La economista era una persona que se hacía querer, de ese tipo de amigas, pensaba Beatriz, que saben escucharte cuando más lo necesitas. Sergio el filósofo, desde el primer día ya le pareció un hombre interesante. La ingeniera informática Sara se había mostrado muy resuelta en los encuentros previos; sus conocimientos técnicos siempre podrían resultar de ayuda o referencia a las personas que inician algo nuevo en el plano profesional.

A Marta la exposición que realizaron Santiago y Clara le pareció bastante coherente. Los números iniciales de la operación eran conservadores, la financiación ajena solicitada no era excesiva y los plazos o las cuotas a devolver al banco eran asequibles, incluso aunque las ventas no fuesen las esperadas. Salía de la reunión con la impresión de que el matrimonio formaba un buen equipo y el servicio que ofrecían tenía opciones de encontrar su nicho de mercado. Sara les hizo unas observaciones prácticas muy interesantes acerca de la futura página web del negocio. También Carlos les orientó al respecto de los trámites a realizar ante la administración. Al finalizar, a Santiago y a Clara se les veía contentos. El hecho de que cinco personas dediquen más de una hora de su tiempo para escucharte desinteresadamente, e incluso que te aporten algunos consejos, resultaba para ellos un motivo de satisfacción. Se sentían muy agradecidos a Beatriz por haber pensado en ellos al saber de su proyecto de negocio, y por supuesto al resto del grupo.

Carlos propuso que para rematar la jornada tomasen algo en una cafetería cercana a la librería. A pesar de que ya era tarde, todos aceptaron encantados. Santiago y Clara insistieron en invitar ellos, comentaron que era lo mínimo que podían hacer para mostrarles su gratitud por su tiempo y dedicación. Beatriz asistía complacida a este final del día, estaba contenta con el grupo que habían creado y de que su local de la librería fuese el lugar de encuentro. También le resultaba divertido el hecho de haberse percatado de las miraditas cómplices que intercambiaban su amiga Marta y Sergio el filósofo durante toda la velada. Al despedirse de ella antes de volver a casa, le hizo un gesto de esos que solo se interpreta en el lenguaje de las amigas íntimas, de los que solo se suelen enterar ellas. No estaba segura de si iba a poder esperar al día siguiente para enviarla un mensaje del tipo “¿y tú no me tienes que contar nada?” Al entrar en su coche, sonreía pensando que lo mismo esta idea de formar el grupo que le propuso el bueno de Carlos, iba a ser muy interesante en más de un sentido.

SERGIO

Pasada la media noche, Sergio descansaba en la acogedora biblioteca que había acondicionado también para usar como despacho. Acababa de hablar con su hijo Luis, que por motivos profesionales residía en París. Tuvo la sensación durante la conversación de que el chico estaba contento; era ingeniero de telecomunicaciones y trabajaba en una multinacional del sector desde hacía un año. Al filósofo lo que más le partía el alma en los últimos tiempos era que Rosa, su mujer fallecida hacía más de tres años, se estuviera perdiendo estas pequeñas o grandes cosas del día a día; ella que tan unida y orgullosa estaba de su hijo.

Estaba cansado, por la mañana estuvo en la universidad corrigiendo algunos trabajos de sus alumnos y dando clases. Al final de la tarde asistió a la cita que tenía en la librería para la reunión del grupo en el que su amigo Carlos le había embarcado. Él se mostró reacio al principio, durante los últimos meses había estado muy ocupado entre las clases de sus alumnos y un nuevo proyecto de asesoramiento filosófico que había iniciado. Al final, las dotes de persuasión de su amigo y la curiosidad acabaron por convencerle. La verdad es que no se arrepentía, le estaba agradando la idea y la forma de ponerla en práctica. En la cita de hoy, un matrimonio les había expuesto sus planes y objetivos de una forma clara y cercana. Santiago y Clara le parecieron dos personas con mucho optimismo vital. A Sergio le ilusionaba pensar que los planteamientos filosóficos que él tanto defendía, pudiesen tener cabida en las reuniones realizadas con emprendedores que abordaban nuevos retos.

Antes de acostarse reflexionó sobre algo que le hacía sentirse inquieto durante los últimos días. No podía dejar de pensar en Marta, su compañera en el grupo de la librería. La segunda vez que se vieron, en la segunda cita del grupo hace ya un mes, acabaron tomando un café juntos al finalizar. Le pareció una mujer atractiva, comprobó que tenían gustos muy parecidos y era una excelente conversadora. En esta época de su vida no estaba muy seguro de estar preparado para tener otra  relación. No sabía muy bien cómo se puede llevar simultáneamente sentir algo por otra mujer, con la lealtad a Rosa. Cerca de las dos de la mañana se fue a la cama con la duda, de si finalmente tomaría la decisión de llamar a Marta antes de la próxima reunión del grupo.

FIN

Vicente del Río                         Agosto de 2021

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