De esos momentos que se te quedan grabados en la memoria en tu trayectoria profesional, recuerdo con afecto y respeto aquellos en los que los clientes me dieron lecciones de economía y vida. Encuentros en los que con una conversación o una mera observación me daban una clase de sentido común. O simplemente, clarividencia para distinguir entre lo importante y lo superfluo.
LAS NECESIDADES CREADAS
En cierta ocasión, contaba las excelencias de un producto a un cliente e intentaba hacerle ver que lo que le ofrecía le venía muy bien y le podría ser necesario en un futuro próximo. Esta persona de más de 60 años, con un pequeño negocio sacado adelante no sin tesón ni sacrificio, después de escucharme atenta y respetuosamente me dijo:
«Mira Vicente (yo rondaría los treinta y tantos y había cierta confianza entre nosotros), no dudo de la bondad del producto que me ofreces y de que a otras personas sin duda les vendrá muy bien. Yo en mi caso, no creo que me vaya a aportar valor. Normalmente me hago esta pregunta: ¿Lo necesito realmente? Y bueno, la verdad es que suele ser un buen filtro para tomar la decisión de compra».
Este hombre con su respuesta me recordó algo que es de sentido común. El consumismo puede ser frenado a tiempo con una reflexión pausada.
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